Hace un tiempo te contábamos sobre el concurso de Suzuki (revisa la nota aquí) donde la marca invitaba a contar sus historias junto a alguno de los modelos de firma japonesa. Pues bien, el concurso ya tiene ganador, quien se llevó nada menos que un Swift, versión 1.2 GL Sport MT.
La historia de Cristofher Ríos fue elegida entre casi 3.500 relatos cargados de aventura y emoción; destacando con su esencia de verdadero “Suzuki Lover”, y el lazo emocional que se genera entre una persona y su auto.
“El Suzuki Alto con el que hicimos la travesía a Bariloche era comprado de
segunda mano y hemos ido a todos lados con el “tomatito Cherry”, como le
pusimos” comenta el flamante ganador. Añadiendo “Nos demoramos un poco en escribir la historia, porque queríamos contar todo con detalles”.


En total fueron 16 las historias ganadoras y junto a Cristofher, otros 15 afortunados también fueron premiados, con estadías en distintos lugares de Chile. Como el caso de Cristián Melville, de La Reina, cuya relación con la marca va desde un Suzuki Carry ST90 con el que su abuelo llevó por tierra a sus hijos hasta Brasil, pasando por el querido Suzuki Samurai con el que soñó desde niño.
Sin duda la relación de Suzuki con sus clientes es un lazo importante, que la firma ha ido potenciando con cuatro décadas en nuestro país y más de un siglo a nivel global.
Te dejamos la historia ganadora del Swift cero kilómetro:
“Montados en el bus, inquietos por la larga espera y ansiosos a que el aviso a viva voz del auxiliar fuera: “el paso fronterizo se abrirá muy pronto, aguarden tranquilos que en unas horas estaremos en Bariloche…” no pasó. La realidad era otra, el agua nieve golpeaba las ventanas y el viento mecía los árboles haciéndolos parecer banderas flameantes, más allá del límite chileno, la nieve se amontonaba en la ruta, ventisca tras ventisca, impidiendo el paso de todos. “Viento blanco en la cordillera” fueron las palabras que se lograron oír por la radio del conductor, entonces un golpe frío y desolador nos hundía en nuestros asientos. Frustrados y en silencio fue el retorno, si hasta los niños apagaron sus risas y acallaron sus juegos con tan amarga noticia. Ya en Osorno, reagendamos el viaje para tres días después, la perseverancia de mi preciosa novia es algo que no la dejaría rendirse sin antes dar pelea, y ni siquiera el nevazón más grande del 2019 aminoraría sus deseos de llegar a destino. Pero la suerte es traviesa y el clima es algo que queda completamente fuera del alcance de todo poder terrenal, esta vez, ni siquiera salimos de nuestra casa en Río Bueno. Nos contactamos con la empresa de transporte y nos informaron que el dinero de los pasajes sería devuelto prontamente, lo que no mejoraría prontamente sería el clima, la nieve continuaría cayendo durante toda la semana al igual que nuestro ánimo.
-La perseverancia o porfía pueden llegar a ser lo mismo y mi novia sabe de aquello-. Esperamos a que pasara lo peor del invierno y nada impediría que una tercera vez fuera la vencida y en esta oportunidad no lo haríamos en bus, sino que en nuestro glorioso “suzukito” o “tomatito cherry” como ella lo llama. Un Suzuki Alto 800 color rojo perlado año 2015… Yo sabía de lo apañadores que son los Suzuki pues mi primer auto fue un Baleno burdeo top de línea, original japonés año 98, oriundo de Frutillar que al final terminé vendiendo a precio de huevo por un apuro económico. De las lucas, ni hablar, no vi ni un quinto, lo que quedó de él fue una escurridiza foto gracias a la obsesión de mi papá por registrarlo todo y compartirlo en las redes sociales, además del padrón y una llave que guardo en una empolvada caja de zapatos.
Temerosos -yo más que ella, tal vez por mi mayor conciencia de los riesgos o mi manía excesiva de querer pensar en todo- nos aventuramos en lo que a vista de nuestros amigos parecía no tener mucho sentido y entonces las dudas se acrecentaban dentro de nuestras cabezas, “¿podrá el autito más pequeño del mercado, cruzar a través de la inmensa Cordillera de los Andes?, no es un viaje tan largo, 164 km no era algo de que preocuparse ¿o sí? Y la nieve, ¿se habrá derretido lo suficiente para no quedar varados en medio de la nada? ¿y las subidas? ¡¿y las bajadas?!” Reconozco que mi fe era escasa, a diferencia de la de ella, que era enorme. Confiaba en sus 800cc de potencia y sus cuatro pequeñas rueditas, tal cual lo haría un caballero errante confiando en su corcel, no por ser la poderosa bestia que desearía, sino por ser éste quien lo carga. Al final y para sorpresa mía, el viaje fue de lo más tranquilo, el “tomatito Cherry” aguantó a mil, estuvimos donde quisimos a la hora que quisimos y la aventura en Bariloche fue genial y de la nieve casi ni nos acordamos, ni mucho menos de los temores auto-inventados, pues una vez en suelo argentino fueron desapareciendo rápidamente.
El “suzukito” es un auto pequeño, desde luego, pero desde ese primer viaje a larga distancia, nos hemos aventurado a todas partes. Nuestro Suzuki Alto siempre ha estado a la altura de las circunstancias, suele parecer que no, pero siempre se las arregla para estarlo”.